«Ser ciudadano digital significa vivir sin adscripciones obligadas al territorio. Nuestra movilidad habitacional nos eleva a la nube digital, donde no existe el espacio físico y donde se es turista y residente al mismo tiempo. La globalización nos hace más libres, más independientes y más ciudadanos sujetos a derechos y obligaciones de una sociedad moderna».
¿Qué es la ciudadanía digital?, nos preguntamos en el arranque del segundo de los Dilemas del Turismo que celebramos online a través de YouTube el pasado 7 de agosto con Mariví Broto, actual consejera de Ciudadanía y Derechos Sociales del Gobierno de Aragón. No, no conversamos ni una sola palabra acerca de la delicada situación de atraviesa esta comunidad autónoma tan golpeada hoy por el coronavirus. No hacía falta. Lo nuestro era el turismo, un diálogo que llevamos practicando desde hace muchos años, y no decimos cuántos. Conocí a Mariví en su aldea natal de Guaso (Huesca), cuando era la novia de mi amigo Severino Pallaruelo, uno de los geográfos más conocedores del Pirineo y precursor junto a Mario Gaviria de todos los análisis existentes sobre la España vacía, que reflejó muy bien en muchos de sus libros, como Pirineos, tristes montes.
María Victoria Broto terminó casándose, por supuesto, con Severino. Después de ejercer la docencia muchos años en Sabiñánigo, pasó a ser miembro del Gobierno de Aragón. Ha sido consejera de Ciencia y Tecnología, luego de Educación y Cultura y ahora de Ciudadanía y Derechos Sociales.
¿Qué dice el diccionario de la Real Academia sobre la ciudadanía digital? En su primera acepción, es el natural o vecino de la ciudad. Pero eso no define exactamente lo que hoy entendemos por ciudadanía, sino por lo que reza en su segunda acepción: aquella persona considerada como miembro activo de un Estado, titular de derechos políticos y sometido a sus leyes.
El término es crucial para entender qué es un viajero, a qué debe sus periplos y cómo se organiza la industria para dar servicio a sus necesidades y aspiraciones. Recordemos que las sesiones DILEMAS en YouTube pretenden ser una bocanada de aire fresco, con ideas y propósitos disruptivos (out-of-the-box), que nos ayuden a entender desde la órbita del turismo y los viajes qué es lo que está sucediendo desde nuestra fragilidad humana y cómo afrontar la construcción de una década tan compleja en la que vamos a protagonizar grandes cambios tecnológicos, sociales, culturales y, probablemente, políticos.
Pues bien, un ciudadano lo es por la vía de consecución de derechos, pero nos olvidamos de que cada derecho comporta una deber y cada libertad exige una responsabilidad. El ciudadano representa la individualidad sujeta a derechos y deberes. El mundo rural da muy poco valor a la individualidad. El ciudadano ni siquiera tiene nombre y apellido, sino que pertenece a una casa. «En mi pueblo yo era la mayor de Casa Salinas, no era Mariví Broto, y ante los demás heredaba las virtudes y los defectos de mi casa», explica la actual consejera de Ciudadanía y Derechos Sociales del Gobierno de Aragón. «La casa representaba los valores del campo a través de generaciones. La sociedad organizada en la nube tecnológica nos da más posibilidades de ser libres».
La ciudadanía es una hermosa palabra proveniente de los burgos, de la liberación de la esclavitud, del feudalismo, del caciquismo. Desde la constitución de los estados nacionales al Estado moderno, democrático, inspirado por la Revolución Francesa, que fue la primera revolución burguesa en dar credencial política al ciudadano.
Tres siglos después llegamos al Estado digital, una forma política de organización social en la que el individuo tendrá el derecho a elegir su propia identidad. Hasta hoy su identidad le era impuesta por el lugar de nacimiento, el clan o la familia a la que pertenece. El nombre le es impuesto por sus padres. El apellido, por la ley, por herencia troncal. Y el DNI, por el gobierno. El ciudadano analógico arrastra la identidad de la manada, circunscrita al territorio. Mientras que al ciudadano digital, la tecnología Blockchain ya le permite elegir una identidad propia, totalmente personal. Sin territorio.
Y, claro, un ciudadano sin necesidad integral de territorio acaba volviéndose ubicuo. Es su cuerpo el sujeto a un territorio, pero no su mente. Su mente puede estar en todas partes. Puede residir en todas partes. Viaja. Así, en el nuevo mundo digital y global, residentes y turistas son una misma cosa. Julio Llamazares, un literato que aprecio mucho,cometió sin embargo la torpeza de escribir esta frase en un artículo publicado en EL PAÍS: «Vuelvo agotado de Lisboa de pelearme con los miles de turistas que llenan de día y de noche las calles de la ciudad blanca, de moda últimamente según parece como otras ciudades del centro y del sur de Europa» ¡Vuelvo agotado de pelearme con los turistas!, dice Llamazares. Solo le faltó escribir: ¡Vuelvo agotado de mí mismo, que he sido por unos días un turista más de Lisboa!
El turismo democratizó España en los 60s y 70s: además de civismo, tolerancia y empatías personales entre los políticos de uno y otro signo, había modernidad de pensamiento, heredero del contacto con los turistas del centro y norte de Europa. [Las madres del cordero, Castañuela 70, Moncho Alpuente: Porque nos tienen envidia… nos critican desde fuera… vale más una española… que 500 extranjeras… Que viva el turismo, que viva el folclor…]. Hoy muchos de los nietos de aquella generación se manifiestan en contra de la democratización del turismo porque genera masificación, insostenibilidad y gentrificación de los centros urbanos. Alrededor del Palacio Real de Madrid vivían los aristócratas, desalojados luego por una nueva burguesía. Y esos nietos sostienen hoy que deberíamos devolverles los centros urbanos a esos aristócratas.
Llamazares —todo hay que explicarlo— debe sentirse tan marqués como yo. Nos agota la masa, el gentío, porque nos movemos en un mundo nobiliario, diseñado solo para nosotros, los elegidos, los privilegiados, los ungidos por la sangre azul que corre por nuestras venas. Y solo de abarrotarnos con los demás sufrimos urticaria. La epilepsia del populacho. Nosotros, los aristócratas.
Obviamente, Mariví Broto no puede comulgar con estas ideas. Gentil y culta, explora el horizonte inmediato del ciudadano hecho viajero con la democratización del turismo. Incluso de un turismo aún precario como es el turismo rural. El medio rural siempre ha suscitado una imagen romántica en los ciudadanos, confiesa. Desde aquellos primeros viajeros por el Pirineo como Lucien Briet hasta los turistas actuales que huyen de la playa por el miedo al coronavirus. Pero, curiosamente, muchos de los urbanistas actuales que hacen turismo rural proceden de los mismos pueblos, son hijos de aquellos que vaciaron España.
Los Hoteles con Encanto son fruto de una idea global de turismo, una cultura cosmopolita. Nos queríamos hacer a la idea de que el turismo rural era ver cómo ordeñaba una vaca, pero eso responde a una idea de conocer el sector primario. No se había pensado que en el espacio rural había factorías de transformación agropecuaria, servicios, conexiones y, ahora, teletrabajo. Tecnología global. La clientela es cosmopolita, urbanista, no campesina.
La energía es el motor de la movilidad. La movilidad, el factor distancia, beneficia la expansión del teletrabajo con la ayuda de las nuevas tecnologías de la información y comunicación (TIC). El trabajo en remoto ahorra costes y emisiones de gases —cuando es trabajo en casa, inmóvil—. Se estima que 73 millones de personas en Europa teletrabajarán a lo largo de esta década. Si calculáramos solo 5 desplazamientos anuales por teletrabajo estaríamos hablando de casi 400 millones de nuevos desplazamientos, solo en Europa. Imaginemos Asia, Africa, que va a ser el próximo continente en explosionar.
¿Cambiar nuestros hábitos turísticos la Covid-19?, se pregunta Mariví. Más que cambiar hábitos, va a acelerar procesos que ya estaban en marcha. En la tecnología, con más ciencia, más investigación, más digitalización, más automatización del trabajo y una mayor simplificación de los procesos que conforman un viaje, desde el conocimiento previo del cliente por parte del operador turístico a un mayor grado de bienestar individual, un mayor grado de vivencia experiencial y, desde luego, una mayor sostenibilidad en el consumo turístico. Adaptarnos a una nueva virtualidad, porque quien no se adapte muere.
Hay que adaptarse a todo lo nuevo, pero también adaptarse a un grado de exigencia mayor en todos los órdenes de la vida: mayor exigencia política, mayor exigencia cultural, más respeto social, más curiosidad por lo nuevo, más creatividad y, sobre todo, una mayor preparación parta convivir con los factores impredecibles de nuestra existencia. Que, como se ve, son incesantes: habrá nuevas oleadas de virus, nuevas pandemia, nuevos desastres, nuevas catástrofes. No nos esforcemos en evitarlas. Esforcémonos mejor en sobrellevarlas, en adaptarnos a ellas.
El turismo ciertamente ha alterado este factor fundamental de la experiencia humana. Si en sus albores lo fetén era el viaje paquetizado, la estancia organizada, ahora la tecnología permite un mayor empoderamiento a la hora de personalizar el viaje. Y eso exalta los valores emocionales del viajero. Eso introduce la impredecibilidad, que es lo que genera aventura, curiosidad, decisiones más personales y, desde luego, más humanidad frente a lo predecible que es hoy por hoy la inteligencia artificial y la robótica.
¿Por qué no pensar en que ya hemos entrado en un proceso de sustitución progresiva de los gobiernos humanos por el gobierno de los algoritmos? Por ejemplo, TripAdvisor ha sustituido las clasificaciones administrativas por estrellas. Los sellos oficiales ya no valen nada: la Secretaria de Estado de Turismo del actual gobierno fue dimitida por su ocurrencia de emitir un sello de garantía sin garantías (le concedió un sello a un fake de Barak Obama convertido en hotelero). Pero es obvio que ese proceso sustitutivo es, como todas las grandes transformaciones sociales de la historia, un proceso lento, gradual y asimilado en distintas secuencias por el conjunto de la población.
No hay que tener miedo al futuro. No hay que tener miedo a la automatización del empleo. Siempre hubo sustitución de los puestos de trabajo, pero se crearon otros nuevos mucho mejores. La innovación es el motor de la historia. La innovación, la inteligencia y el conocimiento colectivo. Un gobierno de algoritmos será posible en un futuro lejano. Por qué no.
Una de las grandes dificultades que experimenta este proceso en su progresión histórica es el exceso de información que hoy padecemos con todos los medios a nuestro alcance. Al alcande de todos. Se dice que el exceso de información causa desinformación, y es verdad. Las Administraciones públicas deben esforzarse por que todo lo que publican tengan una lectura fácil. El relato hace al ciudadano. Los ciudadanos deben entender a sus administraciones, pero es responsabilidad de éstas ponérselo fácil al ciudadano.
Joseph John Campbell es un autor norteamericano que traspone la idea del monomito de James Joyce, presente en su Ulises, a la técnica inveterada del relato. A veces, las experiencias más sencillas se convierten en los relatos más emocionantes. Viajamos para contarlo. La experiencia apenas genera un 10% del valor del viaje. El relato, sin embargo, vale el 90% de lo que nos llevamos a casa después de vivir una emoción. Nuestras emociones deben generar un relato.
En su libro El Héroe de las Mil Caras, Campbell se convierte en el gestor del relato moderno. Porque todo viaje es un relato. Todo objeto, toda transacción, todo acto cultural y económico es un relato. Lo cuenta muy bien Daniel Kahneman con sus atajos heurísticos en la Teoría de las Perspectivas, que modela los comportamientos no racionales conforme se habían establecido en la teoría keynesiana de los ciclos.
Fernando Gallardo |
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