Época de la abundancia
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Vivimos tiempos inciertos, se oye por ahí decir. Aumenta la desigualdad en el mundo... La ciudadanía se muestra cada día más desafecta con los políticos... La inmigración descontrolada amenaza nuestro estado del bienestar... Persiste el calentamiento global y los países no actúan suficientemente para frenar la emisión de gases de efecto invernadero... Resurge con fuerza la ultraderecha en los parlamentos democráticos... Perdemos el control de nuestra existencia. No sabemos hacia adónde la Humanidad se dirige. El futuro de nuestros hijos está en peligro.
Todas estas opiniones alertan de las incertidumbres en que se mueve nuestra civilización, pero en modo alguno explican el punto al que hemos llegado, que no es otro que Rubicón de un doble proceso revolucionario jamás vivido hasta ahora en el que nuestro mundo afronta al mismo tiempo una transformación digital y otra con consecuencias no suficientemente advertidas de globalización económica y social.
Rindámonos a la evidencia de que la población humana se ha quintuplicado en apenas un siglo y aun puede duplicarse en el curso del siglo actual hasta aproximarse a los 14.000 millones de personas. ¿Dispondremos de suficientes recursos para alimentarlos, vestirlos, alojarlos y, además, proporcionarles las infraestructuras de ocio para mantenerlos vivos, sanos, productivos y felices durante toda su existencia? Una vida prolongada quizá hasta los 150 o 200 años, según anuncian algunos gerontólogos y biotecnólogos.
Andrew McAfee, científico y responsable del área de Economía Digital en el prestigioso Massachusetts Institute of Technology (MIT), asegura que todos estos recursos serán incluso sobrantes en su libro More from Less (Más desde Menos) o la sorprendente historia de cómo aprendimos a prosperar usando menos recursos y qué sucede después. Un desafío en toda regla a la formulación del capitalismo moderno avanzada por Adam Smith en La Riqueza de las Naciones: la economía es la ciencia que gestiona los bienes escasos.
Pues bien, lo que McAfee lleva años sosteniendo —y las plataformas digitales parecen estar demostrando— es que la economía del futuro tendrá que redefinirse como la ciencia que estudia los bienes abundantes. Habrá, pues, recursos suficientes para mantener el crecimiento demográfico previsto y aun sobrará de manera ilimitada porque los recursos digitales, a diferencia de los analógicos, son recursos abundantes.
Pero, espera, ¿acaso no estábamos yendo en la dirección contraria? Greta Thunberg no le está cogiendo el gusto a los catamaranes para acabar compartiendo esta visión, desde luego que no. Ni esta activista medioambientalista, ni los políticos de izquierdas o derechas, ni siquiera el Foro Económico Mundial que, en Davos, ya denunció que el sistema alimentario está actualmente en números rojos; extrae más recursos de lo que el planeta puede aguantar y la naturaleza se encuentra en una situación de emergencia climática. Para qué decir el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas, que ha publicado ya varios informes en los que se pronostica la degradación irremediable del suelo y la inseguridad alimentaria a través de la disminución de la producción agropecuaria, el aumento de los precios, la reducción de la calidad de los nutrientes y las interrupciones en la cadena de suministro. La Sociedad Química Europea, más alarmista, ha llegado a modificar la tabla periódica con arreglo a unas proyecciones de demanda y oferta en este siglo para los 90 elementos naturales, la mitad de los cuales sufrirá una disponibilidad limitada.
No parece, sin embargo, que estas instituciones hayan fundamentado sus pronósticos con una tecnología distinta a la actual. Sus diagnósticos son probablemente correctos, siempre que utilicen el argumentario hoy conocido y no añadan al análisis otros argumentos basados en una tecnología aún desconocida pero que, sin duda, llegará. El progreso tecnológico continuará modificando nuestra existencia, nuestro mundo. Lo cual no es ser optimista, sino profundamente realista, como no fue optimista pensar en que el hombre llegaría a volar, operarse el hígado con un robot, vivir en un rascacielos a 800 metros del suelo, conducir un automóvil a más de 100 kilómetros por hora, descubrir los siete mares e, incluso, conquistar la luna. ¿Acaso nos parece hoy en exceso optimista la posibilidad de llegar a Marte o a otros planetas?
En 1968, Paul Ehrlich advirtió en su libro The Population Bomb (La bomba demográfica) que el rápido crecimiento de la población, previsto en la siguiente década, originaría una grave escasez de alimentos.
La batalla para alimentar a toda la humanidad ha terminado. En la década de 1970, cientos de millones de personas morirán de hambre a pesar de los programas de choque que se han puesto en marcha. En esta fecha tardía, nada puede evitar un aumento sustancial de la tasa de mortalidad mundial.
En efecto, la bomba demográfica explotó. La población mundial había pasado de 3.000 millones a 4.000 millones entre 1960 y 1975, de 4.000 a 5.000 millones en los 15 años siguientes, de 5.000 a 6.000 millones en 12 años más y de 6.000 a 7.000 millones en los siguientes 11 años. Para 2021 ya seremos 8.000 millones de seres humanos. Y, miremos por dónde, las hambrunas masivas predichas por Ehrlich no ocurrieron, sino todo lo contrario. El mundo se nutrió mejor. Desde 1968, la producción y distribución de alimentos creció tan exponencialmente que en 2005 ya se consiguió que todas las regiones del mundo aseguraran un promedio de al menos 2.500 calorías diarias. Y está previsto que en 2030, dentro de solo 10 años, el hambre en el mundo será reducido a un problema marginal hasta que, en 2050, desaparezca por completo.
Algo parecido sucedió con los pronósticos fallidos de escasez en las reservas mundiales de oro, que deberían de haberse agotado en 2001. Las reservas de este metal noble son hoy 400 veces mayores que las detectadas en 1972. O las de plata, cuya fecha de término se creía en 2013, hoy 200 veces mayores. O las de cobre, cuyo agotamiento estaba previsto para 2022, y no parece que vaya a ser posible ni de lejos. Las de petróleo deberían acabarse en un año más, pero hoy todos los expertos cifran las reservas en 70 años o más.
Los límites del crecimiento al final quedan lejos porque, de una parte, el fantasma de la escasez aguza la búsqueda de más recursos —ya sean metales, agua o alimentos— y, de otra parte, aguza el ingenio hasta dar con el sustituto tecnológico de aquello que puede llegar a faltar. Ocurrió en su día con el caucho sintético y con el plástico, que ha ahorrado la tala de millones de hectáreas de bosque.
El economista Julian Simon entendió esta dinámica en su libro de The Ultimate Resource (El último recurso) cuando pronosticó que los precios de los recursos tienden a la baja como resultado de su explotación masiva y su pronta sustitución por otros. En efecto, hoy el plástico es notablemente más barato que cuando se inventó. El conocido como Índice de Abundancia de Simon valora los precios de 50 productos básicos —como el azúcar, el hierro o el gas natural— y cuántas horas de trabajo cuesta adquirirlos. De tal modo que todos y cada uno de esos 50 productos se han vuelto seis veces más asequible desde entonces, aun cuando la población mundial ha aumentado en los términos que hemos descrito arriba. La base de este índice se fijó en 100 en 1980. Hoy está en 620.
McAfee suscribe el índice de Simon al referirse a nuestra época como un siglo de abundancia en el que se resolverán muchos de los problemas que hoy asedian a la Humanidad. Por ello, la solución al cambio climático y los daños colaterales al desarrollo —como es la surgente amenaza de los lobbies ambientalistas a la industria del turismo y los viajes— no puede ser la regresión a épocas pretéritas donde los problemas eran más acuciantes para el común de los mortales. No puede ser que los fantasmas de la escasez y el calentamiento global nos hagan retroceder hasta una sociedad preindustrial que pasaba hambre, guerra, enfermedad y escasez general. Porque citar en las alocuciones sobre el clima una “regresión a los niveles de contaminación preindustriales” es empeñarse a una vuelta atrás en el desarrollo humano.
De hecho, estoy seguro de que muchos países serán capaces de aumentar su producción total de alimentos y todos los demás productos en las próximas décadas mientras utilizan menos metales, minerales, fertilizantes, agua, tierras de cultivo, árboles, combustibles fósiles y otros recursos de la tierra. Tengo confianza porque Estados Unidos ya lo está haciendo.
Tanto Europa como Estados Unidos consumen cada año más bienes y servicios, al tiempo que disminuyen su exigencia de recursos naturales como los metales, el agua, las tierras de cultivo y los combustibles fósiles. Es cierto que tal reducción se debe en gran parte a la deslocalización de los medios productivos, pero no menos apreciable ha sido la aceleración tecnológica que permite hoy una mayor racionalidad y sostenibilidad en todos los procesos productivos. Tecnología, al fin y al cabo. Tecnología digital en sustitución de la analógica. Cada vez utilizamos menos átomos y más bits.
El tecnólogo y cofundador de la Singularity University, Peter Diamandis, lo relata así:
Las latas de aluminio son más de un 75 por ciento más ligeras que hace unas décadas, ya que los ingenieros han utilizado el diseño asistido por ordenador para hacerlas más ligeras sin sacrificar su resistencia. La agricultura de precisión, con la ayuda de muchos sensores y cálculos, permite a los agricultores aplicar selectivamente pequeñas cantidades de agua, fertilizantes y pesticidas donde sea necesario, en lugar de cubrir campos enteros. De los 15 dispositivos que aparecen en un anuncio de Radio Shack de 1991, 13 han desaparecido en el smartphone. Gracias a nuestros teléfonos inteligentes, ahora también compramos muchos menos discos compactos, atlas, rollos de película, cintas de vídeo y muchos otros medios.
Ejemplos como estos se pueden encontrar en todas las áreas de la economía. Su impacto acumulativo es un cambio radical en nuestra relación con nuestro planeta. Solíamos aumentar nuestra prosperidad tomando más de la tierra año tras año. Ahora sabemos que podemos crecer y florecer mientras extraemos menos.
Coincido plenamente con Simon y Diamandis en que los gobiernos dedican excesivo —e infructuoso—tiempo a la planificación de futuras carencias y las ONGs demasiado esfuerzo en avisarnos del enésimo fin del mundo. Lo realmente terapéutico es progresar en la sociedad de la abundancia y la desmaterialización, acelerar la transformación digital de nuestro mundo y nuestras empresas, dedicar mayores presupuestos a la educación y al auto aprendizaje, y, desde luego, generar una investigación con mayúsculas para que la ciencia y la tecnología consigan reducir la contaminación por gases de efecto invernadero mediante innovaciones tan ingeniosas como las que antaño nos brindaron la siembra de la tierra frente a la recolección, la cría de ganado frente a la caza, el automóvil frente al coche de caballos o el email frente al correo del zar.
En el antes aludido MIT están experimentando con tecnologías que permitirían capturar carbono de la atmósfera para guardarlo en tierra, y no al revés, que es lo que hemos venido haciendo hasta ahora. El futuro así será más justo y próspero para todos. La industria del turismo incluida.
Fernando Gallardo |
En las redes sociales:
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En 2015, la población mayor de 60 años en el mundo era de 901 millones de personas. En 2050 será de 2.100 millones. También se esperan más del doble de turistas para esa fecha: de 1.200 a 2.500 millones. ¡Qué enorme oportunidad para la industria turística y la tecnología inherente a ella!
#antiAgingLanzarote #turismo60+ #Longevidad
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«La recepción del hotel es el muro donde desconfían del cliente.»
https://www.smarttravel.news/2019/06/27/ith-innovation-summit-2019-parte-i/
#Face2Face #Hospitality
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Tanto en la carretera como en la ciudad, vestir de verde refuerza la conciencia ecológica y salva vidas cuando nos movemos en bici. Yo me muevo en bici. ¿Y tú?#RevolucionCiclista
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Las grandes cadenas hoteleras, como Marriott International, empiezan a entender la economía colaborativa y se suman al alquiler turístico a pesar de las regulaciones discordes. Su alianza con Hostmaker da la razón a los usuarios que reclaman la libertad de emprendimiento en la industria turística.
#EconomiaColaborativa#TurismoSigloXXI
Tema de debate:
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Sin ciberseguridad no podremos viajar en la próxima década
Nuestro mundo se hace cada día más pequeño por efecto de la globalización. Si apenas 25 millones de personas viajaban hace poco más de medio siglo, imaginemos cuántos miles de millones viajarán dentro de poco más de medio siglo al ritmo de crecimiento actual, que es del 3,3 por ciento a partir de los 1.200 millones de personas que ya viajamos de manera asidua cada año. Éstas son las estadísticas oficiales que configuran la industria turística y modelan las políticas de desarrollo turístico del futuro.
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