La protección de datos en su paroxismo
| Reputación con puntos para la bicicleta | Nobu Hotel Barcelona | Tesla más que General Motors | Restricciones en Palma de Mallorca | Secreto laboral norteamericano |
Fernando Gallardo |
Privacidad y protección de datos merecieron una reflexión amplia durante las jornadas de inmersión #hotel2020 que celebramos la semana pasada en Bayona (Galicia). Junto a otros asuntos que marcan tendencia en turismo, la normativa europea en materia de protección de datos refuerza la cultura de la privacidad en esta región del planeta, donde la tradición judeocristiana enaltece al individuo y reconoce la propiedad de sus datos personales.
La interrogante surge al calor de la globalización y digitalización de nuestro mundo. ¿Está Europa preparada para resistir la libre circulación de los datos y el tráfico comercial de los mismos a cambio del uso gratuito de muchas de las aplicaciones tecnológicas que forman parte de nuestra vida cotidiana? Y, también, ¿cómo la inteligencia colectiva puede ejercitarse en Occidente con las trabas actualmente existentes en materia de compartición de datos y uso de los mismos en favor de terceros no siempre reconocibles?
En el seno de la Unión Europea se antoja difícil que surja alguna iniciativa tecnológica de futuro que requiera un escenario de análisis e interpretación de datos como el creado en Silicon Valley, Corea del Sur o China. Cuesta vislumbrar un progreso de los sistemas futuros de inteligencia artificial, para los cuales se requiere el procesamiento de enormes flujos de datos, sin los mecanismos burocráticos de autorización y consentimiento de los usuarios como el exigido hoy para la navegación web con esas molestas bandas avisadoras del tratamiento de las cookies.
En la tradición católica —esa que santifica lo que hace tu mano derecha mientras no lo sepa tu mano izquierda—, el individuo rige en una escala superior que el colectivo. De ahí que en España haya sido inviable una arquitectura socializante de país como la que imprimió carácter al régimen chino a lo largo del siglo XX. Por mucho que lo pretendan algunas corrientes políticas (más escoradas hacia la izquierda que hacia la derecha, aunque tampoco ésta le va a la zaga), aquí se ve irrealizable el proyecto social de un espacio administrativo dominado por el sector público. No en vano, España es junto a Italia el país europeo con más economía sumergida o menos afecta al control público.
Pero si la Humanidad se ha desarrollado en los términos que conocemos ha sido gracias a la unión de sus individuos y el valor socio político de la res publica, la cosa pública. En mayor medida ha avanzado socialmente cuanto más tecnología la sociedad necesitaba. Prueba de ello han sido algunas iniciativas colectivas que los españoles consideraríamos utópicas, como la redacción de la Wikipedia o las reseñas hoteleras en TripAdvisor. Estas plataformas cuajaron en el orbe anglosajón porque se veía quimérico en España compartir no solamente información, sino esfuerzo colectivo en la contribución escrita de las entradas de la enciclopedia digital o de las experiencias vividas durante las vacaciones. ¿En qué cabeza cabía que millones de usuarios escribieran dichas entradas y reseñas por amor al arte, sin contraprestación económica alguna?
Sin embargo, las redes sociales digitales se han expendido vertiginosamente gracias a la predisposición de sus usuarios en atenderlas. De tal manera que la revolución digital actual es una forma de aprovechamiento libre de la inteligencia colectiva. El software de código abierto y los protocolos de comunicaciones abiertos han permitido que redes como Facebook, Twitter, Instagram o Waze sean hoy el vasto territorio de la Humanidad en la nube digital que la configura. El resto ha sido obra del ‘efecto de red’ que gana en utilidad cuanto más usuarios la colman. Y ese acaparamiento no se realiza por dictado del software, sino a escala y medida de las personas que las utilizan. Una cadena de librerías muy popular en Estados Unidos, Barnes & Noble, dominaba el mercado antes de que Amazon apareciera con un volumen de libros claramente inferior, pero acompañado de los comentarios que daban valor a lo ofertado online.
Si Google es grande no es porque dispone de un mejor algoritmo de búsqueda, ni tampoco porque acaudala la mejor tecnología para ello. Lo es gracias al efecto de red, porque millones y millones de personas lo usan a diario. De igual modo, cabe presumir que los grandes fabricantes de automóviles poseen el mercado y la experiencia para dominar el desarrollo de los vehículos autónomos del futuro. Pero, con todo, quienes poseen el Big Data y el conocimiento para ofrecer aplicaciones de esos mismos datos son las compañías tecnológicas, nítidamente Google y Uber, más que Tesla u otros fabricantes tradicionales. Google reúne en torno a este proyecto la valiosa información que les proporciona sus vehículos equipados para la elaboración de Google Maps. Y Uber recaba los datos de millones de pasajeros y los vehículos que los mueven por sus ciudades. Datos obtenidos de un número creciente de sensores que, gracias a la tecnología 5G, darán cuerpo y alma muy pronto al Internet de las Cosas (IoT).
Todos estos sistemas altamente tecnológicos constituyen un modelo colaborativo de desarrollo de software sin parangón en la historia humana. Google aprende gracias a los datos que obtiene de sus millones de usuarios, del mismo modo que lo hacen Uber, Airbnb, Wikipedia, Wikiloc, Waze, Facebook, Twitter, Instagram o LinkedIn, cuyo fundador, Reid Hoffman, sentenció una vez que “a diferencia de lo que ocurre con los funcionarios públicos en Washington, que cada año hacen menos con más recursos, en Silicon Valley todos esperan que nuestros productos cuesten menos todos los años, pero que hagan más.”
Y la condición sine qua non para este “hacer más con menos” estriba en la economía colaborativa de los datos, su fluidez sin límites, su valor sin cortapisas. Algo difícil de asumir por las autoridades europeas y, menos aún, por los ciudadanos del Viejo Continente. La obsesiva protección de los datos personales supone un obstáculo al aprovechamiento que pueden hacer de ellos compañías tecnológicas nacidas para cambiar el mundo. Proyectos, fiables o no, que lograrán en la próxima década un avance sin precedentes en la biotecnología y la salud humana. No en vano, la calidad de vida humana ha exigido desde que el mundo es mundo una tecnología consistente de toma, análisis, depuración e interpretación de datos.
Todo obstáculo a la libre circulación de datos es un agravio para la salud y el desarrollo personal de los ciudadanos. Las leyes actuales de protección de datos tienden a ese paroxismo caricaturesco de cuando, llegado el paciente a la consulta del médico, éste le inquiere a que le comunique dónde le duele para efectuar el diagnóstico de su enfermedad. “Perdone, pero no se lo puedo decir. Me lo prohibe la Ley de Protección de Datos.”
En las redes sociales:
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El Nobu Hotel Barcelona (259 habitaciones), a solo cinco minutos de la Plaza de España, ha abierto con toda la ceremonia del té japonés bajo el tamiz norteamericano de sus propietarios. A orillas del Mediterráneo se instalará el cuartel general de esta expansiva compañía en Europa, que pretende seducirnos con la medida zen del tiempo y los sabores de una cocina todavía poco conocida en su expresión del lujo.
Así que no tardaremos en ir a conocerlo y emitir nuestra opinión.
#hotelesreseñables
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Tesla acaba de superar a General Motors en capitalización bursátil. Los títulos de la compañía de Elon Musk se revalorizan a buen ritmo, y ya se ha convertido en el primer fabricante de automóviles de Estados Unidos.
#TransformacionDigital
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Las restricciones impuestas al alquiler turístico disparan al alza los precios de la vivienda en Palma de Mallorca. La asociación Habtur señala como culpable al alcalde Nogueira.
https://www.elmundo.es/baleares/2018/12/08/5c0b94bffdddff4aa48b45f3.html
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Si el paro en Estados Unidos ha descendido a su nivel más bajo de los últimos 50 años, España y Europa deberían estar tomando nota del ‘secreto laboral’ norteamericano. ¿O no?
Tema de debate:
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¿Una nueva ética para los call center?
¿Es realmente necesario conocer la estirpe, el origen, la raza, el color, la condición social, económica o tecnológica de quien atiende al otro lado del teléfono? ¿Estamos realmente decididos a regular los futuros call center con sistemas transparentes de identidad para los trabajadores que los utilizan?
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