Lecciones tras la adopción del bitcoin como moneda de curso legal en El Salvador
¿Qué te parecería viajar de Madrid a París y luego a Berlín y Lisboa sin tener que pasar continuamente por una casa de cambios?, me preguntaban antes de la adopción comunitaria del euro, el 1 de enero de 2002. Recuerdo aquellos días por la máxima expectación que se vivió en las calles y, sobre todo, por la comodidad de viajar sin perder el tiempo —y no poco dinero entre medias— cambiando las pesetas por francos y luego por marcos y luego por escudos.
Es la misma sensación que siguen experimentando millones de inmigrantes en el mundo cada vez que desean enviar sus remesas a sus países de origen. Es esa incomodidad de tener que llevar suelto en el bolsillo cuando alguien emprende un viaje por países fuera de la eurozona. Es esa desventaja competitiva que sufre todo empresario cuando exporta sus productos o servicios al exterior previo abono de aranceles, comisiones y seguros ajenos a su estructura empresarial y a su espíritu emprendedor.
De ahí que los salvadoreños, y buena parte de la comunidad internacional con visión cosmopolita, hayan recibido con júbilo la resolución de la Asamblea Nacional que legaliza el bitcoin como criptomoneda de curso legal en El Salvador, este 9 de junio de 2021. Un hito sin precedentes en la historia financiera de la Humanidad, como acierta a esbozar esta infografía de la agencia France-Presse (AFP), lo cual sitúa a El Salvador como el primer país del mundo en adoptar oficialmente el bitcoin.
La nueva disposición legal, empeño muy personal del presidente salvadoreño, Nayib Bukele, permitirá el uso del dinero criptográfico y fuera del control de los bancos centrales para pagos minoristas, referir precios de bienes y productos en el mercado, pago de impuestos, la exención de pagar ganancias de capital sobre operaciones realizadas con bitcoin (al ser considerado moneda y no solo un activo financiero), la obligación de aceptarlo como medio de pago, como un medio de saldar deudas personales o corporativas y, sobre todo, el dar acceso democrático a los servicios financieros nada menos que al 70% de la población salvadoreña que carece de cuenta bancaria.
Por supuesto, el presidente Bukele espera más beneficios que éstos. En un tuit anticipatorio anunció que, además de un buen clima y unas playas de primera clase para practicar el surf, El Salvador va a convertirse en un importante centro financiero mundial gracias a su atractivo para los negocios en bitcoin, unas inversiones públicas que se prevén cuantiosas en la producción de energía geotérmica proveniente de los volcanes para el minado de criptomonedas y todo tipo de incentivos para los teletrabajadores del bitcoin, como la residencia permanente en el país y numerosas facilidades para adquirir viviendas en primera línea de playa.
Es fácilmente predecible el impacto de esta innovación financiera en el turismo. ¿Cuántos millones de bitcoiners no estarán tentados a estas horas de subirse a un avión hacia El Salvador?
Sin duda, muchos de los detractores de las criptomonedas se preguntarán cuán viable sería la aplicación de una iniciativa así en los países más desarrollados. Denuestos aparte, como los que periódicamente lanzan la senadora demócrata Elizabeth Warren o el multimillonario Warren Buffet —ambos, personajes del siglo pasado—, es cierto que el caso salvadoreño se prestaba a una transformación radical de su sistema financiero. Un alto porcentaje de la población (70%) está desbancarizada. El país no tiene moneda propia, ya que utiliza el dólar norteamericano. Y la fuerte devaluación que está sufriendo el dólar como consecuencia de la actual política monetaria —la Reserva Federal de EE. UU. ha ampliado drásticamente la oferta de dólares estadounidenses en circulación, de los 15,35 billones que había en febrero de 2020 a los actuales 20,26 billones, lo que representa un incremento del 32% sin precedentes en la historia moderna estadounidense— ayuda a reactivar la economía norteamericana, pero perjudica de manera alarmante a todos aquellos países que poseen una parte de sus reservas en dólares. De ahí que Rusia se deshiciera hace unos meses de todas sus reservas dolarizadas.
En el caso salvadoreño basta con que un ínfimo 1% de la circulación actual del bitcoin fuese invertido en el país para que su Producto Interior Bruto (PIB) aumente un elocuente 25%. Cada año, los salvadoreños radicados en estados Unidos envían 6.000 millones de dólares en remesas a sus familias, aunque el 20% de esa cantidad se queda por el camino en forma de comisiones bancarias y otros intermediarios financieros.
Como decíamos, las cosas en Occidente son muy diferentes. Ni la economía europea está dolarizada, ni el Banco Central Europeo ha emitido euros con la misma alegría que la FED ha emitido dólares. Y tanto el dólar como el euro mantienen, a pesar de las crisis y los vaivenes económicos, una estabilidad envidiada por casi todos los países, El Salvador incluido. Aquí la población está mayoritariamente bancarizada, de tal modo que los cajeros automáticos pueden llegar incluso a pueblos con menos de 200 habitantes. El acceso al dinero es rápido, eficiente, seguro y barato, desde luego más barato que con el bitcoin (El Salvador va a aplicar la Lightning Network de bitcoin, cuyas transacciones son ostensiblemente más asequibles que las de la capa básica del bitcoin, desde el monedero virtual Strike creado por un jovencísimo Jack Mallers, nacido en 1994; será el personaje del año en la revista Time, un personaje del siglo XXI).
Argumentos todos de mucho calado para esperar que el bitcoin opere en nuestros países desarrollados con el curso legal que ofrece hoy en El Salvador, y que pronto podría ser emulado por Panamá, Paraguay y quizá Argentina o incluso Brasil. Aquí, en Europa y en Estados Unidos, lo más cripto que obtendremos será el dólar y el euro digital, emitidos por los bancos centrales respectivos. Que también ofrecen muchas ventajas, no lo olvidemos.
Dejando aparte las excentricidades de la senadora Warren y sus epígonos, que acusan al bitcoin de ser una moneda utilizada principalmente en la financiación del terrorismo, el narcotráfico y el comercio ilegal de armamento —va a resultar que los atentados del 11S en Nueva York, antes de que se inventara el bitcoin, eran fake news; que en las calles de Madrid y Berlín jamás ha entrado un gramo de cocaína; y que no existen las fábricas de armas en Missouri o en Massachusetts—, dos son las grandes lecciones que todos debemos extraer de la legitimación cripto en El Salvador:
Una, que el texto aprobado por la Asamblea Nacional salvadoreña consta únicamente de tres páginas y no ese Silmarillion regulatorio que nos suelen presentar los gobiernos con sus bancos centrales en un lenguaje técnico indescriptible para la población en general, desincentivando la comprensión de nuestros sistemas financieros.
Dos, que el horizonte de la transformación digital conformará, quiéranlo o no algunos, un mundo global. Porque todo lo que está hecho de bits (bitcoin incluido) carece de territorio, mora en la nube digital y acaba impregnándonos a todos.
Seguir a trancas con el papel o la pieza de metal no ayuda para nada a la transformación digital.
Fernando Gallardo |