Receta filipina para la saturación turística
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Fernando Gallardo |
Anonadado me he quedado con la lectura del informe que el profesor asistente de la mítica École Hôteliere de Lausanne (EHL), Peter Varga, ha publicado en la revista digital eHotelier acerca de la expedita manera en que el gobierno filipino ha solucionado el problema de la saturación turística de la isla de Borácay. Recordemos los modos en que el mandatario Rodrigo Duterte se gasta en erradicar la delincuencia callejera en su país: a tiro limpio.
No resulta extraño, pues, que ante la enorme afluencia turística a esta isla considerada una de las más bonitas del mundo —la séptima playa más paradisiaca de Asia— Duterte decidiera atajar, pistola en cinto, el exceso de población turística que cada año invade este reducto terrestre de apenas 10 kilómetros cuadrados en el archipiélago de las Bisayas. Mientras los residentes en Borácay apenas se cuentan por 20.000, casi dos millones de personas colman sus playas de arena fina en busca de viento para practicar el windsurf y el kitesurf, principales entretenimientos de un turismo connivente con los vendedores y masajistas ambulantes que han encontrado en este fenómeno su medio de vida.
Al parecer, el éxito de su intervención ha sido tan arrollador que en las aulas de la prestigiosa EHL el profesor Varga está decidido a defenderlo. ¿Secuelas europeas de la era Trump?
Veamos cómo algunos seres bienpensantes creen posible acabar con la saturación turística de ciudades como Venecia, Amsterdam o Barcelona. Claro que una isla encuentra su muro natural en el mar, que permite un ahorro importante en la construcción de un muro trumpiano como se oye decir en las aulas de Lausanne.
El presidente de Filipinas resolvió de la única manera en que resuelve los problemas cerrar a cal y canto la isla de Borócay durante seis meses. Se acabaron los vuelos internacionales a la isla, dijo recordando la efectividad de los campos de reeducación en la China maoista, herméticamente cerrados al exterior. A esta estrategia de rehabilitación del pensamiento lo llamó ‘Programa de Turismo Sostenible’, como parece que Dios manda. Y pese al descontento que este plan generó en los nativos, la mano de hierro y pólvora presidencial acabó por convencerles de los beneficios que un Borácay limpio y renovado en sus sistemas de tratamiento y depuración de aguas residuales, así como la modernización de los hoteles, determinaría un mejor futuro para ellos.
De su puño y letra salió también el catecismo a cumplir de ahora en adelante para todo aquel que desee visitar la isla. Traducimos:
A la isla solo pueden entrar 250.000 turistas por año, a razón de 6.405 turistas al día. Ni uno más.
En la playa White Beach, que es la más visitada de la isla, está prohibido fumar y beber alcohol. También está prohibido cenar, por si acaso.
En los festejos de Año Nuevo están prohibidos los fuegos artificiales, ya que éstos únicamente pueden exhibirse hasta las 9 de la noche.
Los turistas deberán buscar en otro lugar, y no la playa, para adquirir recuerdos de su estancia en la isla. Las tiendas y los vendedores ambulantes tienen prohibida su actividad a lo largo de la playa.
Los deportes acuáticos y las actividades de buceo quedan prohibidos o temporalmente suspendidos.
Los danzantes tradicionales deberán encontrar otros medios para encender sus lámparas, ya que el uso de queroseno se declara prohibido.
La construcción de castillos de arena será regulada, lo que significa que los turistas tendrán suerte si durante su estancia en la isla pueden encontrar uno donde puedan tener fotos de grupo o mostrar que han estado en la isla.
No se podrá hacer uso de la luz eléctrica en la playa [así todo es más ecológico].
Los casinos estarán totalmente prohibidos en la isla.
Los turistas que deseen montar en ‘habal-habal’ (motocicleta) ya no podrán hacerlo, pues estas motos están prohibidas en la isla [te j…].
Los lugareños ya no podrán ganarse la vida mediante la cría de cerdos o de gallinas: está prohibido.
Estas restricciones tienen como fin un ‘mejor Borácay’ que no sólo será disfrutado por el turismo actual, sino también por las generaciones venideras.
Se sobreentiende, al menos por parte de la población local, que estas normas han de ser cumplidas a rajatabla, lo que en Filipinas significa que quien se las salte será inmediatamente ajusticiado con un tiro en la nuca. Historial suficiente avala el expedito procedimiento judicial del presidente Duterte.
A quien todavía le quepan dudas de que bajo semejante edicto el plan Borácay podría no tener éxito, descanse tranquilo. Peter Varga atestigua la consecución de una mayor sostenibilidad turística en la isla desde que ésta volvió a abrir al público, en octubre de 2018. “El cumplimiento de la normativa de capacidad máxima de turistas ha sido satisfactorio”, concluye el profesor de la EHL, máxime cuando el Departamento de Turismo ha tenido la feliz idea de sostener la campaña publicitaria #MoreFunForever, que acredita un Borácay más sostenible e inclusivo que nunca.
¿Y qué ha pasado con los vendedores ambulantes, los masajistas playeros, los guías turísticos y los conductores de triciclos-taxi? Qué más da, podrían pensar Varga y demás pistoleros de la sostenibilidad turística. Lo interesante es que, por fin, existe un ejemplo a seguir por quienes estén dispuestos a eliminar el problema de la sobrepoblación a toda costa. Un método eficaz y rápido para “algunos destinos como Venecia que están sufriendo con angustia el fenómeno del sobreturismo”, en palabras del profesor. Y, ya puestos, ¿por qué no extenderlo a los 5.000 millones de seres humanos que sosteniblemente sobrarían en nuestro planeta?
En mi humilde opinión, la solución final descrita en el informe referido es una carga de profundidad lanzada contra la más prestigiosa institución docente del turismo mundial. Sin menoscabo de la libertad de cátedra, ¿está alineada l’École Hôtelière de Lausanne con esta tesis argumental de sostenibilidad a la filipina?
En las redes sociales:
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Que en la España de hoy no se pueda constituir una empresa online es un déficit insoportable para el emprendimiento juvenil.
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