Redefinir el turismo exige una redefinición mental
El turismo vivirá una década dorada a partir de 2025, cuando los efectos de la pandemia y sus consecuencias económicas se hayan disipado por completo. Pero para ello las empresas turísticas deberán redefinir sus productos y los destinos, sus atractivos turísticos. Esto, que parece a estas alturas de perogrullo, no parece que esté siendo entendido, ni atendido, por la mayoría de los profesionales de esta industria. En parte porque muchos se preguntan, y nos preguntan, qué innovaciones deberán adoptar los empresarios y profesionales a la hora de redefinir una oferta que ya estaba plenamente actualizada al menos en su estructura operativa. Mucho más en España, país que ha liderado en las dos últimas décadas los índices de competitividad turística.
Nuestra función no consiste en inventar la pospandemia del turismo, sino en anticipar tendencias y enfocar cómo desde esta industria en constante transformación la apertura de mentes suele ser el mejor punto de partida para dicha necesaria redefinición.
Expliquémoslo más claramente al volante de un vehículo cuyo parabrisas es el futuro y los retrovisores, su pasado. En el momento actual estamos asumiendo ya de manera seria que el turismo no es una industria de vender camas, sino de formular y vender experiencias. Para este propósito muchos han activado todo su potencial operativo y mercadotécnico para atraer a los clientes por la vía hormonal (dopamina, serotonina, oxitocina), por la sensorial (vista, tacto, oído, olfato, gusto) y por la cultural (hábitos personales, coreografía ambiental, factor wow).
No es menos cierto que sobre esta capa de seducción orgánica y psicológica, una cama es una cama, y las exigencias fisiológicas articulan el sustrato básico de la hospitalidad, por mucho que queramos ensalzar otros aspectos experienciales en la ecuación de valor turística. De ahí que empresarios y profesionales permanezcan anclados en esta idea sedimentaria y deleguen estos factores emocionales a la oferta turística complementaria de visitas monumentales, actividades al aire libre, programas culturales o deportivos, etc. Lo crucial en la definición del negocio es la cama, el espacio requerido en torno a ella y los servicios que completan las necesidades fisiológicas de sus inquilinos (el baño, la alimentación y, sí, últimamente, la banda ancha de wifi).
Pues bien, la redefinición del turismo pospandemia exige consiguientemente otro estado mental, otro ángulo de visión, un horizonte distinto que avistar. Con el mindset actual nos veremos incapaces de innovar todo lo que el turismo necesita de innovación.
¿Justificará la necesidad fisiológica de una cama el desplazamiento físico de los usuarios de un ecosistema turístico? Practiquemos a este menester un ejercicio de mente abierta. Construyamos por un momento un estado mental diferente. Retorzamos cada neurona de nuestro cerebro para que las sinapsis provoquen otros resultados. Es solo un experimento, pero vale la pena hacerlo.
Si el turismo se vuelve cada día más experiencial, con las características antes definidas (hormonal, sensorial, cultural), el marcador de futuro seguiría una trayectoria más neuronal que locomotriz. Consideremos los desarrollos tecnológicos en AR/VR como un factor de aceleración en este proceso de mayor profundidad neural. Mientras la tecnología de realidad aumentada presenta una utilidad más avanzada, por sencilla, que la tecnología de realidad virtual, ésta adolece en su retardo de la incomodidad que supone al usuario encintarse un artilugio háptico, ya sean unas gafas de pantallas fosforescentes o unos guantes articulados de sensores.
Ahora bien, sigamos por esta línea de anticipación tecnológica y reflexionemos sobre la posibilidad de que unos implantes electrónicos como los que actualmente están siendo diseñados por Neuralink, la empresa de Elon Musk, sirvan para agrandar las percepciones mentales y hacer que nuestros cerebros registren emociones sin pasar por los interfaces físicos y fisiológicos de los sentidos. Un implante de estas características nos concedería, además de una memoria multiplicada, la percepción de un paisaje sin verlo, el rugido de una tormenta sin escucharla, el gusto de un plato sin el paladar, el mimo de un masaje sin las ramificaciones nerviosas de nuestra epidermis.
Toda esta amalgama de sensaciones y emociones que componen la sinfonía del turismo se podría obtener desde casa a través de una inyección de memoria directamente desde la nube digital.
Pero no solamente eso sería el viaje. Con esta misma tecnología podríamos desplazarnos hacia lugares no soñados sin necesidad de que el registro neural de estos lugares sea inyectado en nuestra personalidad ciborg. Me refiero a descubrir por nosotros mismos cosas que no hayan sido antes descubiertas y transferidas a nuestros implantes desde los repositorios de memoria en la nube digital.
Bienvenidos, así, al mundo de los avatares. Sí, el mismo surgido de la industria de los videojuegos y convertidos en éxitos de taquilla como Ready Player One. El que la propia película Avatar ilustraba en 2009 de la mano y el ingenio de James Cameron. Nuestras mentes viajan por la Tierra y los espacios siderales sin que nuestro cuerpo se vea obligado a utilizar aviones, automóviles, camas para dormir ni platos tres estrellas Michelin que paladear. Todo gracias a una nueva tecnología de avatarismo digital distribuido en la Blockchain a mercados masivos con unos precios hiperreducidos, como la que pretende explorar la empresa ObEN. Es más, imaginemos un robot humanoide que represente a cada usuario/viajero. Una máquina alquilada por horas o por días a través de una agencia de viajes compartidos también gestionada en la cadena de bloques. Caminar, ver, oír, estrecharse la mano con personas de otras culturas o robots de otros lugares también dirigidos mentalmente por otras personas en las antípodas o en otros planetas.
Con estos avatares virtuales, la geografía, la distancia y el coste ya no limitarán nuestras opciones de viaje. Porque en el futuro trascenderemos nuestros propios límites físicos, exploraremos el espacio exterior y acceder mediante la tecnología de realidad virtual e implantes neuronales a experiencias hoy inimaginables.
Ese futuro no queda cerca, por supuesto. Tal vez pasen décadas o incluso siglos hasta hacer posible este mundo totalmente virtualizado. También pasaron décadas, siglos, hasta que el hombre pudo volar, explorar las profundidades abisales de nuestros océanos y pisar la luna. El futuro no es una puerta. Es un camino.
Si emprendemos un camino a ciegas es probable que regresemos a nuestro punto de partida, algo tan dramático como tener que reconstruir nuestra casa tras un terremoto. Los caminos son trayectorias con rumbo. Ya vendrán luego los desvíos serendípicos o las sorpresas que salten a nuestro paso. Pero para echar a andar hay que apuntar al horizonte, cambiar nuestro estado mental (la redicha zona de confort) y atreverse a caminar.
Ésta es la redefinición turística a la que me refiero. Si la última década del turismo ha sido crecientemente digital y experiencial, abramos nuestras mentes a las innovaciones digitales y al diseño de experiencias que no siempre requieran una cama o un desplazamiento motorizado. Antes de arribar a ese futuro —utópico o distópico, según cada cual— debemos articular nuestra trayectoria paso a paso.
Redefinir es cambiar de posición algunas de nuestras relaciones sinápticas.
Fernando Gallardo |